El Miércoles Santo era el día que cogíamos el avión para irnos hasta Nápoles; así que a eso de las 9 empezamos a recoger a los amigos para llegar hasta Málaga, parando en Antequera para tomar un café, para coger el avión de Alitalia que nos llevarla a Roma.
Dejamos el coche en uno de los parkings auxiliares que hay en el aeropuerto y que tienen mejores precios que el de Aena; comimos (o mejor nos pusimos guarros en el Burguer King, pese a la propuesta de Pedro de ir a una pizzería, pero consideramos que viendo nuestro destino, era mejor la hamburguesa)
Nada más aterrizar en Roma, nos dejamos llevar por el sentido un poco caótico de su aeropuerto, sumándose a la dificultad al entender los mensajes de voz del aeropuerto, y un par retrasos y cambios de puerta de embarque.
Finalmente, a eso de las 7 y pico aterrizamos en Nápoles, salimos del aeropuerto y cogimos un taxi para ir al hotel. La conducción por las carreteras napolitanas fue todo un desafío, viendo la densidad del tráfico, la velocidad, la distancia entre coches y el uso que hacían de los indicadores de dirección. De todas formas llegamos al hotel sin novedad, coges las habitaciones, nos
duchamos y nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad para cenar. Sin saber muy bien como, conseguimos llegar a la Galería Víctor Manuel y a la plaza conocida como la «San Pedro de Nápoles» y cenar luego en la pizzería Brandi, que tiene la fama de ser la inventora de la pizza Margarita, en honor de la reina de Nápoles, unas cervezas y más entrantes hicieron una cena más que decente. Y de postre, un helado italiano, que menos y que típico.
Y caminito, caminito nos volvimos al hotel, bajando la cena y acostándonos temprano, que estos días de turismo son muy duros.