La semana pasada se estrenó la que es por el momento última entrega de la serie «Alien», tras las recientes entregas de «Covenant (2017)» y «Prometheus (2012)»; por contra esta, cronológicamente se sitúa justo después de la primera película – «Alien, el Octavo Pasajero (1979)» (Cada vez se complica un poco más el orden para ver la saga, dependiendo si se elige el orden de estreno o el orden cronológico de la historia) – Alien: Romulus. (Y vuelven los guiños a los personajes de la mitología clásica)

En un distópico silo XXII, en un pequeño satélite, los hombres trabajan como semi esclavos para la corporación Weyland, donde se encuentra Rain Carradine; protagonizada por Cailee Spaeny; acompañada por su inseparable «hermano»; un sintético defectuoso, Andy; protagonizado por David Jonsson; un grupo de amigos les propone un arriesgado plan: han encontrado una nave a la deriva en órbita, que tiene contenedores con soporte vital para la hibernación de una tripulación y que podrían usar para escapar hasta una colonia lejos de la Corporación Weyland.

Lo que no saben es que esa nave, una nave científica que lleva por nombre «Rómulo y Remo» (fundadores según la mitología de la ciudad de Roma) viene de investigar los restos de la Nostromo, buscando material genético proveniente del Xenomorfo capturado. Y como es de esperar; nada sale como habían pensado, teniendo que enfrentarse a numerosos problemas.

Una película entretenida; con numerosísmos guiños a la primera película, incluso intentando reproducir la apariencia de los chismes tecnológicos que aparecen en la película de 1979 (pantallas, ordenadores, etc.) y a la tercera película; indispensable para cualquier seguidor de la saga; quizás mejor que las de Alien 2 y Alien 3; aunque díficil de superar a la original. E incluso recurren a técnicas de inteligencia artificial para la reconstrucción de algunos de los personajes de la entrega original ya fallecidos.